Era un día del
mes de junio de 1974, y lo recuerdo, no diré como si fuera hoy, pero lo
recuerdo. En los aledaños del Vicente Calderón la gente bullía, se agitaban
banderas, se oían cánticos... Se iba a jugar la final de la Copa del
Generalísimo entre el Barcelona y el Real Madrid.
Esa misma
temporada, la famosa temporada de Cruyff, el Barça, en liga, le había dado un
repaso al Madrid, en su propio campo, de los de “padre y muy señor mío”.
Y ahí estaba
yo. Mi primer partido en directo a punto de empezar dentro de aquel, para mí,
colosal edificio. Mi padre me había llevado a ver algo impresionante. Comprenderán:
inolvidable.
En aquellas
finales “patrias” no se permitía jugar a los extranjeros de los equipos
contendientes, con lo cual el Madrid tenía algo ganado de antemano. Y así fue. Al
final, el Madrid de los Zoco (se retiró tras ese partido), los Groso,
Santillana... le endosó un 4-0 al Barcelona de los Clares, Marcial, Rife... eso
sí, ¡sin Cruyff!
Pero al margen
de esta entradilla literaria, dónde quiero llegar es al final del partido, al
final de aquella Copa del Generalísimo, al final de mi primer partido en
directo, en vivo, en el corazón, en un pequeño corazón de siete años.
A la salida
del estadio, como se pueden imaginar la gente estaba radiante, exultante por el
resultado y sobre todo por la “honra recobrada” tras el 0-5 de la liga (el que no se consuela es porque no quiere).
Aquello, junto con el desarrollo del partido, sentado en el fondo sur del
estadio Vicente Calderón (¡estadio “neutral” dónde los hubiera para tal evento,
en la época!), me sobrepasaba. Grabé todos los instantes, el bullicio, todos
los gritos, todas las emociones, la alegría incontenida... El tiempo ha borrado
de mi disco duro (entonces, seguramente, sería un cinta de vídeo Beta, o quizás
2000) mucho de lo que ansiósamente guardé de cada instante de esa ocasión, de
esa emoción, de esa gloriosa vivencia. Pero, curiosamente, una de las cosas que
me quedan cristalínamente guardadas en esa memoria es un cántico a la salida
del estadio.
Un cántico que
hoy me hace escribir, recordar y me hace, incluso, emocionarme.
Mientras
salíamos del estadio se oía de todo. Las canciones de la época, ya saben, el
“ra ra ra el Madrid y nadie más” y todas las “folclóricas” arengas de los años sesenta
y setenta. Pero hubo una que se me quedo, que me ha seguido toda la vida. Y no
por su ternura, su composición musical o por su exquisitez en la prosa. No.
Porque fue el primer signo de hermanamiento que oí en el fútbol (ya en aquel
entonces era raro lo del hermanamiento en el fútbol):
“Somos del Madrid y del Atleti también. No
queremos al Barça ni en la sopa de Avecrem” (Caldo muy de moda en ese
infausto tiempo. ¡Bueno, y ahora!)
Ya se pueden
imaginar que hoy ese cántico me vuelve con tintes y matices distintos. Pero
quizá lo importante es que me vuelve. Y quizá lo importante es que, sin que me
haya dado cuenta hasta ayer, lo oí, lo viví, lo memoricé y me lo creí.
No diré (¡me
conocen demasiado bien!) que me da igual quién gane la final de la Champions
del próximo día 24 de mayo en Lisboa, no. Pero si diré, que me alegro muchísimo
por la llegada del Madrid, por supuesto, a esa final que puede, y espero
suponga su décima Copa de Europa; y que me alegro mucho, también, de que haya
llegado el Atleti.
A veces uno no
se da cuenta, hasta que algo lo detona, de dónde le vienen ciertos ramalazos.
Ayer recordé de dónde venía alguno de mis ramalazos.
PD: Deseo que gane el que mejor juegue esa
final. Por supuesto espero que sea el Madrid. Y sí, tienen razón los que lo
están pensando: nunca escribiría algo parecido si el rival fuera el Barcelona.