jueves, 1 de mayo de 2014

Y ES QUE... 40 AÑOS NO ES NADA

Era un día del mes de junio de 1974, y lo recuerdo, no diré como si fuera hoy, pero lo recuerdo. En los aledaños del Vicente Calderón la gente bullía, se agitaban banderas, se oían cánticos... Se iba a jugar la final de la Copa del Generalísimo entre el Barcelona y el Real Madrid.
Esa misma temporada, la famosa temporada de Cruyff, el Barça, en liga, le había dado un repaso al Madrid, en su propio campo, de los de “padre y muy señor mío”.
Y ahí estaba yo. Mi primer partido en directo a punto de empezar dentro de aquel, para mí, colosal edificio. Mi padre me había llevado a ver algo impresionante. Comprenderán: inolvidable.
En aquellas finales “patrias” no se permitía jugar a los extranjeros de los equipos contendientes, con lo cual el Madrid tenía algo ganado de antemano. Y así fue. Al final, el Madrid de los Zoco (se retiró tras ese partido), los Groso, Santillana... le endosó un 4-0 al Barcelona de los Clares, Marcial, Rife... eso sí, ¡sin Cruyff!

Pero al margen de esta entradilla literaria, dónde quiero llegar es al final del partido, al final de aquella Copa del Generalísimo, al final de mi primer partido en directo, en vivo, en el corazón, en un pequeño corazón de siete años.

A la salida del estadio, como se pueden imaginar la gente estaba radiante, exultante por el resultado y sobre todo por la “honra recobrada” tras el 0-5 de la liga (el que no se consuela es porque no quiere). Aquello, junto con el desarrollo del partido, sentado en el fondo sur del estadio Vicente Calderón (¡estadio “neutral” dónde los hubiera para tal evento, en la época!), me sobrepasaba. Grabé todos los instantes, el bullicio, todos los gritos, todas las emociones, la alegría incontenida... El tiempo ha borrado de mi disco duro (entonces, seguramente, sería un cinta de vídeo Beta, o quizás 2000) mucho de lo que ansiósamente guardé de cada instante de esa ocasión, de esa emoción, de esa gloriosa vivencia. Pero, curiosamente, una de las cosas que me quedan cristalínamente guardadas en esa memoria es un cántico a la salida del estadio.

Un cántico que hoy me hace escribir, recordar y me hace, incluso, emocionarme.

Mientras salíamos del estadio se oía de todo. Las canciones de la época, ya saben, el “ra ra ra el Madrid y nadie más” y todas las “folclóricas” arengas de los años sesenta y setenta. Pero hubo una que se me quedo, que me ha seguido toda la vida. Y no por su ternura, su composición musical o por su exquisitez en la prosa. No. Porque fue el primer signo de hermanamiento que oí en el fútbol (ya en aquel entonces era raro lo del hermanamiento en el fútbol):

“Somos del Madrid y del Atleti también. No queremos al Barça ni en la sopa de Avecrem” (Caldo muy de moda en ese infausto tiempo. ¡Bueno, y ahora!)

Ya se pueden imaginar que hoy ese cántico me vuelve con tintes y matices distintos. Pero quizá lo importante es que me vuelve. Y quizá lo importante es que, sin que me haya dado cuenta hasta ayer, lo oí, lo viví, lo memoricé y me lo creí.
No diré (¡me conocen demasiado bien!) que me da igual quién gane la final de la Champions del próximo día 24 de mayo en Lisboa, no. Pero si diré, que me alegro muchísimo por la llegada del Madrid, por supuesto, a esa final que puede, y espero suponga su décima Copa de Europa; y que me alegro mucho, también, de que haya llegado el Atleti.
A veces uno no se da cuenta, hasta que algo lo detona, de dónde le vienen ciertos ramalazos. Ayer recordé de dónde venía alguno de mis ramalazos.


PD: Deseo que gane el que mejor juegue esa final. Por supuesto espero que sea el Madrid. Y sí, tienen razón los que lo están pensando: nunca escribiría algo parecido si el rival fuera el Barcelona.